domingo, 13 de abril de 2008

Relectura: Lo que hizo Katy (Susan Coolidge)

Niña maleducada queda paralítica y debe guardar cama por años hasta que el sufrimiento la vuelve buena, o una miríada de conceptos victorianos sobre el lugar decoroso de las mujeres y los inválidos que escaparon totalmente a mi mente de nueve años.

Primera impresión: había olvidado lo horrorosas que son las ilustraciones de la colección Robin Hood en general y la tapa de este libro en particular. Me acuerdo que a una de las hermanas, Elsie se llamaba, no la querían y no jugaban con ella. Parece que el ilustrador tampoco la quería porque en la portada salió muy poco favorecida.

Segunda impresión: es mucho más corto de lo que pensaba, y sin embargo, de alguna manera me quedó más que claro que la pobre chica estuvo años en la cama sufriendo. Hasta que aprendió a ser buena, claro, ni un minuto más ni un minuto menos.

En el primer capítulo, “Los pequeños Carr”, la autora se asegura de que nos demos cuenta de cuán díscola es Katy y cuán fuera de control está su conducta. Léase, Katy se trepa a los árboles, se ensucia el vestido, se despeina, odia la costura y “nada le importa que la llamen ‘buena'”. Y además es alta. Pero su gran pecado es que quiere hacer algo maravilloso con su vida. Claramente Katy se halla a las puertas del infierno y nada mejor que la invalidez para hacerla volver al buen camino.

Su pobre tía Izzie vive soportando la pena de que sus sobrinos no tengan la ropa bien cepillada y el cabello bien peinado en todo momento. Sólo los mira con agrado cuando están aprendiéndose el versículo bíblico diario. Todos los lunes cuelga los sesenta pantalones blancos a secar y suspira.

(Le debo a esta cuestión de los pantalones varios momentos de reflexión en mis tiernos años. Por ejemplo, si son seis niños, esto quiere decir que tienen diez pantalones cada uno. Es un poco excesivo, pero bueno, allá ellos. Ahora bien, hay cuatro hermanas y dos hermanos. Dado que las mujeres no usan pantalones (¡sacrilegio!), ¿debemos entender que los dos hermanos tienen treinta pares de pantalones cada uno? Misterio. Y algo que siempre me pregunté es, ya que la tía vive quejándose de que los niños se ensucian (¡horror!), ¿por qué comprar sesenta pares de pantalones blancos? Nunca lo sabremos).

En los capítulos siguientes se muestra que los hermanos Carr hacen cosas como ir de picnic, contar cuentos y tener mala letra, que sirven para recordarle al lector que el demonio acecha en todas partes y nunca se sabe cuándo será necesaria una parálisis caída del cielo como herramienta pedagógica.

El nudo empieza a perfilarse en el capítulo 7, cuando los Carr reciben la visita del miembro más respetado y querido de la familia, la prima Helen. El señor Carr siempre la pone como ejemplo, los niños juegan a ser ella y el consenso es que no existe mejor persona sobre la tierra. El motivo es que Helen es inválida. Y buena. Como prueba de que "ya es casi un ángel y quiere a los demás más que sí misma", rompió su compromiso para no castigar a su novio con una esposa inválida, se la pasa leyendo la Biblia y enseñando a los demás a ser tan bondadosos como ella.

Después de la visita de Helen, Katy decide intentar ser tan buena como ella. Pero el demonio interfiere con sus buenas intenciones, y Katy decide ir al granero a hamacarse en lugar de quedarse ordenando su habitación. Claramente es necesaria una intervención divina, y el Señor se hace presente para hacer ceder una de las vigas del techo.

A partir de este momento Katy queda recluida en su habitación, sin poder levantarse de la cama. Pasan los meses y nadie intenta sacarla de su cuarto ni proporcionarle ocupación alguna, ya que, como bien lo dijo en señor Carr, todo esto se debe a que a Katy le faltó "un clavo en la herradura de la Obediencia". Helen vuelve a visitarla y le explica que no debe preocuparse porque ya no puede estudiar y ser útil, ya que ahora tiene la oportunidad de ser alumna de la “Escuela del Dolor”, donde Dios le enseñará sus lecciones, entre ellas, la “Lección de la Paciencia", la “Lección de la Alegría” y la “Lección de la Esperanza”. También le revela que “una persona enferma debe lucir tan fresca y cuidada como una rosa”, porque “una mujer enferma que no es prolija es algo desagradable”, y que es egoísta no intentar hacerse lo más agradable posible para causar placer a los demás.

Como evidentemente Katy aún no ha sufrido lo suficiente por sus malas acciones, de repente su tía Izzie, la única persona que se ocupaba de ella, muere de fiebre tifoidea. Katy, desde su oscuro lecho de enferma, debe ocuparse del manejo de la casa y de la educación de sus hermanitos, dejando de lado la suya, por supuesto, ya que comienza a dedicar sus días a la costura y el tejido.

Dos años después, Katy se ha convertido en lo que su padre, su difunta tía Izzie y su Creador esperaban de ella: ha abandonado sus estudios y sus deseos de hacer algo maravilloso con su vida y se ha vuelto un reflejo de su prima Helen, la “santa inválida". Sus hermanos crecen y maduran, pero Katy, confinada a su silla de ruedas (que, por cierto, jamás utiliza para abandonar su cuarto), sigue siendo la misma. Sólo que ahora ocupa sus días en planear qué debe comer su familia y cuándo deben limpiarse las alfombras. Sus hermanitos y amigos hablan de ella como antes hablaban de la prima Helen: “¿No es dulce nuestra Katy? Quisiera ser la mitad de buena que ella. A veces me parece que lamentaré el día que se reponga. Es tan buena sentada ahí en ese sillón, que no parecería lindo que estuviera en otro lado.”

Evidentemente Katy ya ha expiado todas sus culpas y se ha convertido en quien debería ser. Ahora que se ha resignado a su lugar de ama de casa, puede levantársele el castigo de la invalidez. Ha llegado el fin de la escuela y Katy se dispone a “Decir un dulce adiós al Dolor”. El día en que Katy sale por primera vez de su habitación, la prima Helen se hace presente para felicitarla por “haber ganado el lugar que debe ganar una inválida: el ser para todos el Corazón de la Casa”.

Enseñanzas de la novela:

- Todo comportamiento infantil normal debe ser causa de gran preocupación, ya que indica tendencias antinaturales y una influencia demoníaca que debe ser contrarrestada.
- No hay mejor herramienta pedagógica para las niñas rebeldes que la invalidez.
- El lugar de una mujer inválida está en su cuarto, con las ventanas y las puertas cerradas y sin ninguna ocupación productiva.
- Es obligación de los inválidos, en especial si son mujeres, hacerse lo más atractivas y dulces posible para merecer que sus seres queridos las visiten y no las olviden.
- Ningún enfermo merece sanar hasta no haber abandonado todos sus proyectos y ocupaciones y haber dedicado su existencia al placer y conveniencia de los demás.

miércoles, 26 de marzo de 2008

Blanco, rojo

Me llamo Julio y he perdido el juicio. O podría empezar: Me llamo Julio y una mañana corrí por un campo con una muchacha de manos blancas y pelo rojo. Cualquiera de las dos sería igualmente real, según cómo se mire. Pero como a los locos no suele exigírseles verosimilitud, me perdonarán que me quede con la segunda. Una mañana corrí por un campo con una muchacha de manos blancas y pelo rojo. Considero que el hecho de que yo haya perdido el juicio y no haya habido campo ni muchacha no resta verdad a mi verdad: un día corrí por el campo con aquella muchacha.

Ahora bien, no me es ajeno el hecho de no haber corrido nunca por el campo, y mucho menos con una muchacha de pelo rojo. Lo particular de la situación es que por algún tiempo lo creí.

Tenía manos blancas, pelo rojo. Extendía la mano y reía. Y no había más colores. El blanco de sus manos, el rojo furioso de su pelo. Y el blanco se apoderaba de todo. El blanco eclipsaba la mañana. Todo se volvía blanco. Y rojo. Pero blanco.

Yo la miraba con la mente blanca. El día blanco y yo blanco por dentro. Y todo era blanco pero la escuchaba reír, y corría. La seguía por el espacio blanco. Y todo era rojo excepto la llama de pelo rojo en el sol. La recuerdo, aquí. Y a su voz, pero sin palabras. Río porque ella reía y ahora la recuerdo. Estaba allí (manos blancas, pelo rojo), dentro de un recuerdo. Estaba en un recuerdo blanco y rojo. Las cosas son pero la recuerdo. Las cosas son pero blanco, rojo, blanco.

No puede haber sido. Hasta el día anterior, hasta un segundo antes no había recuerdo. Manos blancas, pelo rojo. No hay forma de que pueda haber sido. La recuerdo, pero cuándo, cómo.

El tiempo y el espacio, esos traidores. Esas cosas demasiado difíciles de explicar. La tentación del refugio en la mentira, pero como la certeza de la naturaleza de los sueños, la realidad acecha. La inútil victoria de reconocerla antes de que sea innegable.

En la situación particular en la que me encuentro, dispongo de tiempo de sobra. Tengo largas tardes frente a la ventana, y me gusta recordarla. En ocasiones hace buen tiempo y mueven mi silla hasta el corredor, casi en el jardín. Pero el sol nunca es el mismo. Tampoco el rojo y el blanco son los mismos. Todos los colores del espectro se han vuelto ya una escala de grises.

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